En agosto pasado, Martin Shkreli, entonces director ejecutivo de Turing Pharmaceuticals, hizo algo considerado tan reprobable que le pusieron el título de "el hombre más odiado en Estados Unidos". ¿Qué causó esta indignación? Él aumentó el precio de un medicamento poco conocido, pero importante llamado Daraprim, de $13.50 a $750 por píldora. Daraprim es el mejor tratamiento para la toxoplasmosis, una infección a la que son susceptibles los pacientes con HIV/AIDs o con cáncer.

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La historia se hizo viral y empezaron a llegar llamadas de todo el país, incluyendo una llamada del congresista estadounidense, Elijah Cummings, demócrata de Maryland, para evitar que los empresarios farmacéuticos estafaran a los consumidores por pura ganancia. De un día para otro, Shkreli se convirtió en el símbolo de la codicia farmacéutica. Y, aún así, aumentar tanto el precio de un medicamento es 100% legal.

Lo que hace que el caso del Daraprim sea tan importante, es que sacó a la luz un grave y creciente problema de la atención médica: Estados Unidos gasta una tremenda cantidad de dinero en medicamentos de venta con receta ($424 mil millones solo el año pasado antes de los descuentos), de acuerdo con un nuevo informe del Instituto de Informática de Atención Médica de IMS, una firma que monitorea a la industria farmacéutica. Y ese número está aumentando rápidamente sin ningún indicio de que vaya a reducirse. Lo que es más, existen pocas regulaciones que protejan a los consumidores de los Martin Shkrelis del mundo o de las compañías farmacéuticas que deciden aumentar los precios a niveles astronómicos.

Drug costs
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